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jueves, 5 de agosto de 2010

Masacre de Margarita Belén-Juicio oral–Día 16 -“¿Qué dirías si los matamos a todos?”


Le preguntó el militar Alejandro Tozzo (imputado detenido en Brasil) a María Julia Morresi, testigo de la causa y viuda de Fernando Piérola, fusilado el 13 de diciembre de 1976. También declararon Luisa Rodríguez de Caire, Eduardo Saliva y Juan Fernández

Emocionante, desde erizar la piel hasta las lágrimas. Caliente, dentro del debate oral y público, como en el intermedio entre testimonio y testimonio. Así se desarrolló ayer el juicio oral y público por la Masacre de Margarita Belén en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal.

María Julia Morresi venció la angustia y en un desgarrador relato resaltó la inquebrantable voluntad de Fernando Piérola, una de las víctimas de los fusilamientos del 13 de diciembre de 1976, y cómo fueron torturados uno frente al otro, para quebrar su voluntad.

Luisa Inés Rodríguez de Caire estuvo detenida desaparecida junto con sus dos pequeños hijos y su esposo Raúl. Recién se enteró de la muerte de su muerte en 1979.

A su turno, Eduardo Dito Saliva contó cómo en la Brigada obligaron a Manuel Parodi Ocampo (asesinado en la Masacre) a presenciar las torturas y los abusos a los que era sometida su compañera María Teresa, embarazada de su hijo.

El último testigo, Juan “Quito” Fernández dio detalles sobre el pésimo estado físico de los masacrados Luis Barco y Patricio Blas Tierno y sinceró su interés con respecto a los imputados en la causa: “Que sean condenados”, pidió.

A sala llena, “la pierolada” (los Piérola de Entre Ríos), los hermanos José y Miguel Ángel Molfino (actual pareja de María Julia), Valdi Uferer, “Hongo” Morresi, Ratón Aranda, la presidenta del Instituto de Cultura, Silvia Robles, Lila Ibarra, del colectivo Cultura por Justicia; el escritor Mempo Giardinelli y trabajadores de la Casa por la Memoria – Registro Único por la Verdad. La retirada fue cubierta por la banda de rock Raya Divina, que dio un recital en la vereda de la Plaza 25 de Mayo.

LA FUERZA DEL INQUEBRANTABLE

María Julia Morresi contó que la secuestraron junto con Fernando, en Posadas (Misiones), el 20 de octubre de 1976 y los torturan. El operativo estuvo a cargo de Alberto Valussi (fallecido durante el proceso judicial) y Alejandro Tozzo (a la espera de ser extraditado desde Brasil).

Los llevan a la Jefatura de la Policía y los separan. María Julia es atada a una cama y picaneada por Tozzo y Valussi. Después la suben a un auto y la llevan a una casa en las afueras, cerca de un curso de agua. Ahí se reencuentra con un muy demacrado Fernando. Tenía el pecho marcado por la picana, y aunque la sed lo castigaba no podía ingerir agua por el peligro de sufrir convulsiones: “Me pedía saliva, para mojarse los labios”.

“Querían quebrarlo, pero no pudieron con su decisión de jugarse por lo que creía correcto, porque Fernando estaba muy castigado, pero emocionalmente, estaba entero”, relató. Para ese entonces, la sala era un concierto de lágrimas y pañuelos. María Julia debió tomar agua, emocionada desde que se presentó como viuda de Fernando Piérola.

Con munición gruesa se tiraban desde las trincheras de la querella-fiscalía contra la de la defensa. La testigo continuaba: en el ex Regimiento de Infantería 9 en Corrientes la torturan a ella para quebrarlo a él. De allí, la llevan hacia la Brigada de Investigaciones, donde se “olía la muerte”, y donde a fines de noviembre ve por última vez a Fernando; los policías Gabino Manader (imputado en la Causa Caballero) y José María Cardozo (fallecido) lo tenían vendado y le pedían a ella que le pegara.

Se cruzó con Carlos Zamudio –otra víctima de la Masacre-, y pudo escuchar los gritos de dolor de Reinaldo Zapata Soñez en la tortura, ambos asesinados el 13 de diciembre de 1976.

Ese fatídico día, María Julia continuaba detenida en la Brigada. La madre le comenta la noticia del “enfrenamiento”. “Recuerdo una sensación vaga, había una esperanza de que fuera cierto, pero, en lo profundo, sabíamos que los habían matado” afirmó. Al respecto contó que poco antes de la fecha de la Masacre, Tozzo le preguntó, “¿Qué dirías si los matamos a todos?”.

Por nota, la autorizaron a viajar en Paraná, bajo el régimen de libertad vigilada. La firmó el militar Baguear y se la entregó el mayor Athos Rennés (imputado en la causa). En el escrito es tratada como “viuda de Piérola”, siendo que Luis Alberto Patetta (otro imputado), en línea con la versión oficial del Ejército, le había dicho que Fernando estaba prófugo.

Cuando el abogado defensor Carlos Pujol preguntó por la existencia de esa nota, Maria Julia respondió que su suegra Amanda Mayor de Piérola había realizado una copia con escribano. En ese momento, desde “la pierolada” se escuchó: “Busquen otro abogado”.

NIÑOS EN LA TORTURA

A pesar de recordar a Resistencia como “un infierno”, Luisa Rodríguez de Caire, regresó a la capital chaqueña para dar su testimonio, homenaje a sus dos hijos que soportaron el horror de la prisión y a su esposo, Raúl, fusilado en 1976.

“Dios nos iluminó- afirmó con un hilo de voz – porque amor es superior a cualquier maldad, a cualquier persona que vive de la maldad”. Adrián, de 8 meses, contrajo una infección, porque no había jabón para lavar el único pañal que tenía. Tras gritar y suplicar, los llevan al Hospital. El más grande, Ariel, de dos años, quedó detenido en la Brigada. “El médico dijo que había que internarlo, pero no me dejaron, le dieron remedios y nos devolvieron a la Brigada”.

Una Navidad la legalizan y trasladan a la Alcaidía. Alicia, una médica del Hospital, comunica a su familia donde se encontraba y el 15 de enero les entrega a los niños. Sus suegros preguntaron por el paradero de Raúl en el regimiento de la Liguria, donde Patetta les informa que su hijo había sido trasladado a Paraná, donde un militar de apellido Rivas, aseguró: “Nunca estuvo acá”.

Recién en 1979, cuando Luisa es sometida a un Consejo de Guerra, el militar que hacía de abogado defensor le contó que Raúl, su esposo, había muerto en un “enfrentamiento”.

Además, Luisa dejó en manos del Tribunal una carpeta con recortes periodísticos y notas oficiales suscriptas por los militares Patetta y Baguear, afirmando desconocer el paradero de su esposo, sin respuesta a más de tres décadas.

LA HORA DE LOS HOMBRES

Eduardo “Dito” Saliva y Juan “Quito” Fernández cerraron la lista de testigos. En la Brigada de Investigaciones, “Dito” escuchó como era torturada la pareja que formaban Manuel Parodi Ocampo (víctima de la Masacre) y María José Pressa. Conoció a Patricio Blas Tierno, que había sido muy castigado. En la Alcaidía vio a Julio “Bocha” Pereyra.

Y en la U7 fue testigo de cómo retiraban al misionero Miguel Sánchez, para luego matarlo (caso que sería el antecedente de la Masacre): “Teníamos temor a los traslados, por las torturas y porque nadie sabía el destino final”, declaró.

“Quito” Fernández contó que Barco fue “colgado durante 40 días y apenas podía mover las manos”. La honestidad brutal de su presentación, bien vale un remate: en vez de responder al Tribunal con el clásico “que se haga justicia”, disparó: “Sí, me interesa que sean condenados”.

La hinchada por la memoria, la verdad y la justicia se “vino abajo” y la risa llenó la sala. Indignado, Pujol levantó la mano: “Que conste, que conste”. Desde su habitual primera fila, el imputado Horacio Losito, río. Y así quedó constancia en actas.

Café, los angelitos

En fila, esposados, los imputados iban a la sala donde comen empanadas y sándwiches cuando la audiencia se prolonga más allá del mediodía. Al pasar, Athos Rennes le pide un café al abogado querellante Mario Bosch, sorprendido por el mangazo. Mientras el desfile continuaba, sin marcha militar, Horacio Losito lo invita angelicalmente: “Dale, vení, no te vamos a hacer nada…”.

Informe: Gonzalo Torres

Edición: Marcos Salomón

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